domingo, 12 de agosto de 2012

Melaina Cholé en "Amores que invitan a morir", de Yolanda Aldón.





Amores que invitan a morir, 
de Yolanda Aldón.
Por Ahmed Oubali


Preámbulo

Pienso que los grandes genios de la literatura universal deben su celebridad (gran parte de ella) a una importante dosis de melancolía que inyectan en sus obras. Muchos lo hacen porque predomina en su alma la bilis negra, la “Melaina Cholé” o melancolía.
Los síntomas de esta patología son conocidos de todos. El paciente, tras perder el objeto deseado o valorado (la muerte de un ser querido, una ruptura sentimental grave, cualquier pérdida importante), entra en un estado de depresión doloroso al no poder soportar rechazar dicha pérdida. Niega la evidente realidad y se encierra en una soledad tal que el mundo y la vida dejan de interesarle por completo. Se siente desvalorizado, se autocritica con facilidad y acepta fácilmente cualquier reproche y humillación.
En la vida real y en literatura se ofrecen dos casos clínicos. Unos superan el trauma por tener un fuerte narcisismo. Sufren al principio luego olvidan. Otros entran en la neurosis y terminan suicidándose.

El relato. (1)
De entrada, el título (que siempre es un cebo para el lector, un aperitivo) del relato es explícito: hay amores que matan, es decir, amores por los que uno mata o muere. Amar y morir son a menudo sinónimos; enamorarse es también lo que llamo“enamorirse”.
Contrariamente a lo que ocurre con la Carlota de Vértigo (película de Hitchcock), y a pesar de ciertas similitudes, el estado melancólico de Carlota que nos ocupa, por muy corto que sea el relato, es descrito implícitamente en su totalidad, es decir en los dos procesos citados arriba. Los ilustra por así decirlo perfectamente: un intento inicial consciente de superar el estado doloroso de la ruptura y el suicidio final, por no haber podido lograrlo. Con esta sorprendente diferencia: el suicidio es solo un pretexto, una condición para renacer de sus cenizas, como el Ave Fénix.

Preludio. Síntomas de Melaina Cholé:
Carlota se siente engañada, abandonada, frustrada y defraudada. En ocasiones una ruptura sentimental puede causar más daños que la muerte de un ser querido. El duelo, agravado por la melancolía, puede llevar a la demencia. Al principio Carlota aún se autoestima al desear seguir viviendo y tener esperanza de una forma u otra en un destino mejor. Tener fe. “Ver sin mirar” y “Mirar sin ver”, le hace decir el narrador (el camaleón textual más peligroso de la literatura). En vez de pensar en el suicidio, en el auto castigo o quizás simplemente en el odio (L’enfer est autrui, diría Sartre), utiliza un feedback de su vida amorosa y antes feliz. Evoca recuerdos. Todo ello para mantener viva la conciencia del deseo, la huella “satisfactorial” del objeto valorado perdido. Mantendrá esta alucinación hasta el final.

Desde el principio del relato, el lector se identifica por mimetismo al personaje (el autor logra implicarle en la ficción, ¡deseando que la melancolía le contamine!) mediante una táctica narrativa digna de admiración: la narración se hace en segunda persona y no en primera. Observamos entonces cómo Carlota tiende a superar conscientemente su estado melancólico al apegarse a la vida, al sentirse nostálgica por lo vivido y deseado en el pasado: Carlota quiere restaurar su antiguo modo de gozar…
No obstante, el narrador omnisciente (a  no confundir con el autor porque ambos tienen diferentes proyectos para Carlota) dirige la trama hacia donde la propia melancolía se lo exige (en semiótica, “melancolía” es también un personaje): hacia el suicidio. Para ello, utiliza dos metáforas. Dos alucinaciones. En la primera, el pasado es evocado y percibido como una película, una ilusión, según el narrador mismo. En la segunda, la visión de la orilla donde descansará su cadáver, como el de Ofelia, para siempre.

/Mi desesperada pasión/, se lamenta Carlota.
Luego exclama, herida y desilusionada:
/Jamás podré creer en nadie que me diga te amo/;
/ni confiar en gestos que me inclinaban a tocar el cielo agarrada de su mano/.
El narrador omnisciente cierra el relato apropiándose el pensamiento de Carlota:

/Ensimismada, dejó de pensar/,
/El impulso la llevó a esa orilla donde amó como nunca jamás a un hombre/.
Final sobrecogedor, Carlota optó por desaparecer para no sufrir más, no martirizarse más…
/E invitada por la sinrazón se introdujo entre sus aguas/.
Morir (enterrar el pasado) para renacer como el Ave Fénix.

/Ella fue liberada por la mar/

La última visión que tenemos de Carlota recuerda sorprendentemente (Ver también el final trágico de la protagonista en mi relato Cita con la Muerte) el último estado de ánimo de Ofelia en la obra de Shakespeare: después de la muerte de su padre, Ofelia es abatida por la melancolía y el luto. La locura se apodera de ella (Carlota es asaltada por alucinaciones de un pasado feliz pero traicionado) al empezar a cantar canciones y ofrecer flores citando sus significados simbólicos. Después de bendecir a los suyos, Ofelia sale por última vez del castillo. Carlota parece también despedirse, pero del destino que la maltrató. Ambas terminan ahogándose en el arroyo. La descripción de su muerte, cuyas proporciones son totalmente diferentes, por supuesto, es una de las más poéticas de la literatura.


Bueno, ya lo ven: a la narración de Yolanda he añadido la de Grecia, la de Hitchcock, la de Shakespeare, la mía. Porque: ¿Acaso no es la propia función intertextual de la ficción?
¿Sería descabellado pensar que todos los textos existentes derivan de un solo texto inicial y original y de cuyo autor no sabemos nada? ¿Podría ser La Epopeya de Gilgamesh el primer texto?
En caso negativo, y partiendo del concepto de Intertextualidad, todos los demás textos conocidos (Homero, La Biblia, Las Mil y Una Noches, El Quijote, Shakespeare, Cien años de Soledad, etc.) no son sino sus múltiples e infinitos comentarios…

(            (1)    Relato corto que se puede leer en el siguiente enlace: 
                          

Yolanda Aldón Toro.

Escritora y periodista, nacida en Barcelona. Defensora de los derechos humanos. Pertenece a la llamada corriente literaria Voces del extremo. Es miembro de la ACE (Asociación Colegial de Escritores de España) y miembro del Comité Honorífico de la concesión al Premio Nobel de la Paz al pueblo Sirio como responsable de España y Marruecos. Su obra está incluida en varias antologías, entre ellas, Antología de Poesía Solidaria.