miércoles, 20 de junio de 2012

El metadiscurso en Intramuros, de R. M. BOUISSEF.







El metadiscurso en  Intramuros, 
de R. M. BOUISSEF.





  

Publicado el 12/04/2000.

 

PREÁMBULO

Según Barthes (1966) la función de un relato no consiste en representar una posible realidad sino constituir un espectáculo textual cada vez más enigmático y entrañable.

Esta definición corresponde a los posibles narrativos que nos presenta el autor en «Intramuros». Título enigmático porque como enunciado metafórico y metonímico remite inexorablemente al cuerpo del texto al que da sentido. Por asociación de ideas emerge la imagen del laberinto en que están atrapados no solo los personajes sino también el autor y sus lectores, cosa que demostraré a continuación. Pero antes ¿qué se entiende por "posibles narrativos"?

Todos sabemos cómo viene elaborada la forma tradicional de una novela: un conjunto de secuencias diferenciadas, separadas en capítulos y divididas grosso modo en cinco recurridos: situación inicial o 'búsqueda del objeto valorado’, intriga, situación de equilibrio-desequilibrio y desenlace feliz o no.

Tal no es el caso en "Intramuros”: las secuencias vienen perturbadas por digresiones y engarces problemáticos; los personajes sufren transformaciones según estemos en el plano de la narración, del relato y de la significación; tiempo y espacio son cada vez re-inscritos por los propios personajes e interpretados por el lector a su manera. Incluso la temática principal de la novela (el adulterio y sus consecuencias) repercute curiosamente en la estructura lingüística tanto a nivel semiótico como semántico.

 

1. EL PRÓLOGO

El prólogo de la novela es problemático porque encierra a la vez la realidad desde la que escribe el autor (cita obras publicadas) y la ficción en que aparece el narrador implícito (lo pensé y me dije que sería bueno seguir en la aldea) y explícito (Siru como fuente directa de una gran parte de la narración). Si el tono autobiográfico es a la vez ficticio y real es porque el autor verdadero quiere implicar e involucrar al lector en su propia tarea narrativa. Este método, aunque remite a la teoría literaria postmoderna de la última década, se inspira directamente en El Quijote donde, como se sabe, Cervantes se inmiscuye entre sus personajes para realizar dos efectos: transformarse en ficción y transformar a Don Quijote en realidad.

 

2. EL LECTOR-NARRADOR

Así lo defino porque el texto arranca utilizando la segunda personal (tú) y el presente de indicativo, en vez de la 3. ª persona y del pretérito, como suele ocurrir en las novelas tradicionales. Así, el lector tiene la impresión no de leer un relato cuya acción se desarrolla en un remoto pasado que no le concierne (o del que no quiere acordarse), sino de vivir personalmente esa acción. El presente de indicativo indica que la acción se hace hic et nunc, es decir, coincide con el proceso de lectura del lector; en cuanto a la segunda personal (tú), obliga a este a tomar parte en el relato. El subterfugio es original:

 

/Sientes que todo lo que te pones está mojado / Esto te recuerda que el vaho te molesta la visión /Una mujer te pide que la lleves a... Piensas en la forma en la que tienes que ligar con ella /Te gusta la cosa y te paras  /Ella te mira y sonríe:  te propone una cita.../

 

El autor utiliza dos mecanismos discursivos de la filosofía del lenguaje (Cf. Austin, Cuando decir es hacer): las funciones conativa e ilocutoria que consisten en enfocar el mensaje en el lector, transformado en interlocutor. Estamos aquí lejos de la novela tradicional con sus trucos ya obsoletos: el "yo" autobiográfico y su subjetividad, la 3. ª persona y su verosimilitud. Estos dos pronombres personales se transmutan en "tú" para anular esa distancia que separa la diégesis del lector. Al hacerle partícipe y al delegarle la voz narrativa, Bouissef establece, lo quiera o no, un precedente teórico de gran importancia para nuestra literatura escrita en español.

Al mismo tiempo, el lector experimenta más adelante una gran sorpresa porque ocurre algo inesperado a partir de la página 15: el lector-narrador se ve despojado de su narración y de su propia existencia y, en su lugar, como en un cortocircuito, se abre el texto esta vez gracias a la voz de un narrador omnisciente y extradiegético. No sabemos cómo sufre el relato esta metamorfosis. Parece que se establecen las cosas como suele ocurrir en una novela tradicional: pretéritos imperfecto e indefinido, tercera persona, acontecimientos remotos: se pasa pues del discurso al relato propiamente dicho, haciéndose así posible la alternación de los estilos directo, indirecto e indirecto libre y la ubicación de las instancias narrativas (tiempo, espacio, personajes) en la aldea, donde pronto se constituirá el escenario de la tragedia, desencadenada por el adulterio que viven Kabir y Habiba. El relato desarrolla pues dos dimensiones narrativas: la primera, la del lector-narrador, sirve de fuente y de archivo al relato; la segunda, de mimesis, pero que atañe al propio relato y no a una realidad extralingüística. A partir de la página 21, sin embargo, aparece otra sorpresa porque se invierten otra vez los signos y reaparece el lector-narrador para hacer orden en el relato: indagar por su propia cuenta, recoger datos, corroborar o rechazar hechos narrados por "Siru" y comentados por el narrador omnisciente, articular, por fin, los diferentes niveles de la narración. Lo curioso del caso es que: al mismo tiempo que escribe su "libro", participa en él, es decir, se encuentra con sus propios personajes. Este artefacto nos recuerda a Pirandello y su obra: Seis Personajes en Busca de un Autor.

 

3. EL LIBRO COMO LABERINTO

A estos narradores se les añade otras voces que vienen a complicar el relato:

 

- "Los microrrelatos”: /se te viene a la memoria, p. 14; recuerdas lo de Abul Alaa El-Maari, p. 24; recordó que en ese café, p. 62; un amigo mío no consiguió que su mujer quedara encinta;  p. 63; y le contó todo lo referente a Fatiha y Farid, p. 65; recuerdas que cuando fuiste al banco, p. 102; contaba anécdotas muy raras, p. 126. /

- Los comentarios de los propios personajes inscritos en cursiva y  paralelamente a las  secuencias narrativas del relato. Tienen como función elaborar monólogos y soliloquios que quebranta el desarrollo del relato. Por su sesgo, se elabora otro relato subterráneo donde se critica, se enjuicia, se reivindica, se odia, se aprecia, se revelan secretos sucios, de recelo y odio: /Habiba odia a su Shrika porque Si Kaddur (marido de las dos) le ofrece oro/. Se justifica así el adulterio que se eterniza con Kabir. Este percibe la relación viciosa que une Fatiha a sus "verdugos" pero sabe que  por perder su virginidad, se casará con él. Habiba no sabe que alguien la espía cuando se acuesta alternativamente con Si Kaddur y Kabir.

 

Sería largo hablar de cada situación. La metáfora «Intramuros» traduce perfectamente este mundo oscuro de conflictos  existenciales y vicios sexuales.

- La cinta grabadora sirve de reconstrucción y grabación de la historia  narrada por Siru y otros narradores: El lector-narrador verifica los hechos al recomponerlos y verificarlos en la realidad. Así, los hechos reales son suscitados por las acotaciones del Corán, por la década de los años 70, la muerte de Franco, La Marcha Verde y ciertas marcas autobiográficas muy relevantes.

Con todo esto se pone de manifiesto el problema fundamental de la novela, su narración polifónica: escribir un libro de esta índole es problemático.

 

/”Ya ves, dice el lector-narrador, estoy liado con mi último libro y no quiero hacer otra cosa hasta terminar unas cosillas que me quedan por aclarar.” (p .87)

 

Esta problemática es llevada a sus extremos cuando el relato empieza a escapársele de las manos al lector-narrador. Comienza entonces la narrativización de otros personajes incluido el lector-narrador que, por falta del relato principal elabora su propia vida sentimental y conyugal con Turía: nacen los hijos adúlteros y los delata una deformación física común que precipita la acción hacia un desenlace fatídico: Munir pierde la vista y Aicha es violada y con la muerte de Siru se pierden los hilos de la narración. Hay un momento de alta inquietud e insoportable desasosiego cuando se reactiva la narración principal con la aparición del personaje Yusef Mehdati, propietario de la casa secreta donde consumían su adulterio Habiba y Kabir. Paralelamente, Mehdati conoce a Kabir bajo el nombre de Abdelkader Mtalsi, marido de Habiba. Ambos no saben que su encuentro es inminente en casa de Si Kaddur, verdadero marido de Habiba. Es el propio hijo adúltero, Munir, quien invita a Mehdati, petición de mano obliga. El enredo está en su paroxismo.

 

4. El METADISCURSO

Como se ve, los personajes evolucionan no para representar miméticamente una supuesta realidad sino para alcanzar una dimensión antropológica que plantea problemas vitales en literatura. Más que palabras, estamos en presencia de voces que claman actos de comunión con el lector. Las voces suplantan a las cosas y a las palabras para hacerse actos rebeldes concretos y tangibles.

De la ficción se pasa a la realidad y vice versa.

Muere Siru pero su voz queda grabada en la cinta. La novela es metafóricamente comparada a la cinta y a la voz. Y quien dice voz, dice cuerpo. El cuerpo textual (sexual) de Intramuros es elaborado según tres mecanismos estructurales:

- Estético: los diferentes niveles narrativos que hemos destacado invitan a una lectura como puro placer de texto. Para lograrlo, Bouissef viola la lengua española (acotaciones coránicas y términos árabes), crea isotopías diferentes del tema principal que es el adulterio y deja abierto el relato cuando al final describe a Aicha en Rabat contando su propia versión de los hechos a su pretendiente mientras que Abdelhay la espía y la codicia para urdir otras acciones.

- Simbólico: la aldea es el espacio tabú y Tetuán el espacio donde  todo se permite. Lo  prohibido y lo permitido.  Junto al adulterio que sirve de motor al relato, leemos una serie de temas etnográficos que remiten a supersticiones, fantasmas y ritos que complican la vida normal de la gente. Podemos decir, sin equivocarnos, que la función simbólica en Intramuros es el vector del sentido y la clave esencial de toda la lectura del relato y por ello necesita un estudio semiótico y semántico aparte.

- Ideológico: es obvio que no todo es ficticio en una novela.

El referente social nos es presentado como una ficción pero está trabajado por campos semánticos dominados por una isotopía principal, la de la pasión, una pasión mórbida y fatal. El sexo es el eje que mueve los hilos de las relaciones sociales. Y el objeto valorado no siempre es conseguido. De allí el delirio  -y el “fantasma”-  (del francés phantasme y no fantôme). El adulterio es aquí un principal agente perturbador (un síntoma) del orden social, un orden social condenado por ello a reformarse. El cuerpo de Habiba (el de Aicha y Fatiha) es el cuerpo social herido y enfermo pero también verbal del relato. Hay un momento muy importante en la novela. Es cuando Kabir razona y decide parar la máquina del adulterio pese al chantaje de su amante. Es aquí donde se lee el metadiscurso. El texto, como el sexo, es fundamentalmente adúltero. Inter- sexo- textualidad: En lugar de una lección moral, el autor nos ofrece en definitiva un acto de libertad. Eso es: el lenguaje literario constituye una liberación y su única intención es restaurar y reconstituir nuestro propio Yo quebrantado.

 

CONCLUSIÓN

El tema de la verdad se plantea de forma persistente en la página 35 y sig.

No obstante se trata exclusivamente de la verdad DE la novela y no EN la novela. Ello significa que si la verdad en la novela remite a lo que se llamó "ilusión realista", la verdad de la novela (donde innova el autor) nos convence de una cosa esencial: a través de la mirada etnográfica del autor, se abre al lector un campo de análisis fecundo y fértil.


martes, 12 de junio de 2012

CARNAVAL DE SERPIENTES




CARNAVAL DE SERPIENTES


SINOPSIS
En Carnaval de serpientes se narra un ataque inexplicable de serpientes cuya mordedura tiñe de pavor un poblado del Rif. Aquí la muerte protagoniza sus tramas y acciones más sórdidas. Y las serpientes, como Los Pájaros de Hitchcock, también tienen derecho al carnaval criminal.





Cuando aplastó con un golpe de palo la enorme cabeza del reptil, pensó que aquello era solo un incidente aislado. Pero cuando extendió le mano para recoger el saco de patatas y volver a casa, vio horrorizado un grupo de otros reptiles acercarse y comprendió fugazmente que una larga pesadilla había empezado. No tuvo tiempo de retirar el brazo: dos ardientes y largos colmillos le perforaron las venas de la mano y otros dos colmillos se le hundieron en la pantorrilla izquierda, mientras que una tercera serpiente le atacó repetidas veces por la espalda. El dolor no tardó en aterrarle. Su estómago ardió como incandescente carbón y sintió el veneno corrosivo filtrársele en la corriente sanguínea y quemarle las venas del corazón. Su cara se contrajo de dolor y cayó al suelo, donde se quedó inmovilizado.

 

Otras serpientes enfilaron la senda que atravesaba un largo recorrido rodeando el lago, ahora seco, para desembocar en la aldea más próxima.

Hacía tiempo que no había llovido. La atmósfera era asfixiante y el cielo desapacible. Los pocos árboles que se erguían por el camino parecían unos esqueletos que la sequía de agosto amenazaba por incendiar.

 

Aquella situación de sequía y hambre había comenzado hacía meses. La gente comenzaba a quedarse sin comida ni agua. Tampoco podían alimentar al ganado, por lo que han echado al campo a sus animales con la esperanza de que sobrevivan. Los termómetros registraron temperaturas muy por encima de los 45 grados centígrados que causaron  bajas considerables en la ganadería y la agricultura. En las partes más desérticas empezaron a formarse cementerios al aire libre donde algunos cadáveres de vacas y chivos se fueron acumulando.

El problema era tan grave que hasta las plantas endémicas de la región rifeña, empezaron a consumirse y secarse.

La distancia que separa  algunas aldeas del municipio más cercano superaba los 100 kilómetros, lo que complicó la tarea de proveer a los habitantes de agua potable y de los alimentos que la sequía les arrebató. El protectorado español, junto con la mala gestión del gobierno, dejó en esta parte del mundo solo desolación, desamparo y tristeza.

Algunos habían ya abandonado sus tierras y emigraron a la ciudad. Muchos a Europa. Ahora, lo único que se observaba eran las grandes nubes de polvo que envolvían el campo.

Cerca de un arroyo casi seco un grupo de campesinos comentaba la situación, intentando hallar una explicación lógica a esta catástrofe natural duradera.

 

—Maldición diabólica  —declaró uno con desabrimiento.

—Castigo divino —explicó otro con displicencia en la voz.

Un tercero elevó el tono y masculló con adustez:

—Estamos expiando nuestra complicidad por callarnos sobre las atrocidades perpetradas aquí por Si Ayub.

 

Un vagabundo llegó en ese preciso momento, muerto de sed y de hambre. Pidió pan y agua y, al no entender lo de las “atrocidades”, preguntó con recelo:

—¿No sé cómo puede un solo hombre contra todos causar tanta sequía y tanta miseria en el pueblo?

—Se trata de un malvado terrateniente, tirano y sádico —explicó con insipidez un viejo enfermizo casi agonizando. Tosió desgarrada y estrepitosamente, luego añadió dolorido—:  aprovecha esta situación para dar rienda suelta a sus instintos más viles. Explotaba sexualmente a los jóvenes de ambos sexos, a cambio de comida y dinero. Las familias no tenemos más remedio que ceder y callarnos. Le traen hasta menores. Algunos cuentan que hasta se dedica a la trata de blancas con las mafias de Tánger.

 

—¡Están los que nos gobiernan! ¡Que no levantan ni un dedo respecto a esto! —observó uno, asqueado e irritado—. Y no hacen nada para esta pobre región abandona de todos. Estamos aislados desde tiempos remotos, sin carreteras, sin electricidad ni agua, sin colegios. Sin seguridad. Sin sanidad. Sin sanitarios.  ¡Solo mezquitas! ¡Ni podemos emigrar! ¡Qué vida es esta! Nos queda el suicidio como solución suprema. Y es lo que nos está ocurriendo…

 

—Abdesamad tiene razón —masculló con destemplanza el más viejo del corro. En su voz  había rencor y odio—: ¿por qué no nos mandan pan, aceite y azúcar en vez de ametrallarnos a diario con discursos políticos sobre el optimismo y el civismo? El imam ya no nos convence con eso de que los parlamentarios están defendiendo nuestras reivindicaciones. Miente. Porque todos sabemos que, tras terminar sus prédicas, se dirige ansiosa y discretamente a casa de Si Ayub donde comparte con él las delicias terrenales…Y nosotros aquí condenados doblemente al infierno.

 

Se quedaron todos atónitos ante esta noticia, mirando al viejo. ¡Era verdad!

 

—¡Esta especie de verdugos pecadores son los que ensucian nuestra religión! —intervino un adolescente, barbudo y calvo—. ¡Ojalá desaparezcan estos microbios de la faz de la tierra! Hermanos, no tenemos más remedio que ponernos en manos de Dios y esperar que las condiciones climatológicas mejoren. Recemos todos, elevemos nuestras manos al cielo e imploremos a Dios Todopoderoso que tenga piedad de nosotros y nos dé agua y pan  —concluyó, lloriqueando y canturreando algunos versículos.

 

En ese momento, como respuesta celeste, llegó un aldeano conocido de ellos, excitado y gesticulando como un loco:

 

—¡Salamu Alaikum! ¡Felicitémonos, hermanos! —declaró eufórico y con los ojos chispeantes—. Traigo buenas noticias: el malvado y sádico Si Ayub acaba de ser estrangulado y despedazado por una enorme serpiente, según me ha dicho esta mañana mi tío. Su cadáver, junto al del imam de nuestra aldea,  es ahora presa de los buitres y coyotes. Hemos vengado el honor salpicado de nuestras niñas. Dios castiga a los malvados aquí y en el más allá. ¡Dios es el más Grande!

 

Las narraciones de dolencia de los aldeanos  seguían su curso.

Estaban tan  enfrascados en lo que se contaba que no advertían lo que se avecinaba en silencio.

Tampoco podían verlo alzando la mirada porque estaban sentados en el despeñadero del río: una caterva de enormes reptiles les olían la sangre de muy cerca, prestos a lanzarse al barranco y reducirlos en trizas.

 

Lejos de allí, en la aldea del campesino cuyo cadáver yacía ahora frío y cargado de veneno, las tres únicas viviendas estaban distanciadas por algunos centenares de metros y bastaba media hora para ir de una a otra. Eran de una planta, de barro blanqueado y construidas alrededor de un inmenso patio que servía a la vez para perforar un pozo, permitir a los niños jugar y a las mujeres cocinar. De las seis o siete habitaciones rudimentariamente amuebladas que circundaban el patio, una estaba destinada para los animales domésticos.

 

—Mamá, ¿no crees que papá ha tardado bastante para el almuerzo?  —preguntó la menor de las seis hijas del campesino fulminado por las serpientes.

—Aisha, cosechar patatas requiere mucho tiempo. Así que tardará un poco más. Mientras tanto, os voy a preparar una tortilla de huevos. Ve a llamar a Salwa y a Fuad.

 

Salwa, la hermana mayor, estaba en la pequeña habitación que servía de ocio y se disponía a vestirse tras hacer sus abluciones para rezar, cuando vio al reptil en un rincón de la sala. Era una víbora enorme, con la cabeza en forma de un triángulo aplastado. Empezó a erguirse con soltura, mostrando sus colmillos en forma de unos ganchos, dispuesta a triturar a su presa. La joven se quedó estupefacta un momento y luego visualizó la situación: el monstruo había penetrado por la pequeña ventana pero se hallaba afortunadamente al otro lado de la puerta. Gritar solo empeoraría la situación. Extendió cautelosamente la mano hacia su ropa colgada a un clavo para echarla sobre la bestia, saltar hacia la puerta y salvarse. Al mismo tiempo que extendía el brazo con coraje, la víbora se abalanzó sobre ella, alcanzándola en la nuca, donde le clavó los colmillos. Sus manos se crisparon sobre el cuerpo pedregoso del animal e intentó liberarse de la mordedura. Pero sintió su yugular encenderse en un fuego tan abrasador que le provocó literalmente un vuelco en el corazón y su cuerpo desnudo cayó de bruces como si hubiese recibido una descarga eléctrica.

 

De la habitación que servía de establo salieron unos mugidos inhumanos.

 

A Aisha le pareció reconocer la voz de Fuad, su hermano mayor. Se acercó, abrió la puerta  vio la serpiente enrollada al cuello de su hermano. Le estaba succionando la sangre. Aisha retrocedió, aterrorizada, tropezó con una piedra y cayó al suelo. Fue entonces cuando vio a Salwa con la cara desgarrada. La visión le golpeó la retina con toda crudeza. Se echó abruptamente atrás, se levantó con dificultad y corrió como una loca a avisar a su madre. Esta le ordenó ir a buscar a su padre y franqueó el umbral, armada con un hacha. La escena le produjo náusea y hormigueos en todo su cuerpo: el cadáver de su hijo yacía encogido, los ojos desenfocados y la mirada fija. Las únicas dos vacas que poseían yacían también sin vida. Intentó localizar a los malditos reptiles. Mas, ni rastro había de ellos. Al menos en su campo de visión. Se arrastró como un autómata hacia el cadáver de su hijo. Se arrodilló para cerrarle los ojos. Oró. Iba a enderezarse cuando oyó en su espalda un ruido peculiar. Reconoció horrorizada el ruido ensordecedor de cascabel que producían las serpientes con la punta de su cola, antes de atacar a su presa. Empuñó el hacha, giró sobre sus talones para asestar el golpe salvador, pero no encontró al animal en su punto de mira. Este, como si leyera el pensamiento de su víctima, había cambiado de sitio, girando hacia la derecha. La mujer sintió súbitamente los mortales colmillos hundirse en su pantorrilla izquierda. Lanzó un alarido desgarrador de dolor, se sacudió convulsivamente y cayó sin vida, junto al cadáver de su hijo.

 

En su camino hacia la casa de su prima Yasmín, donde estaban los demás hermanos, Aisha topó con varios cadáveres (le horrorizó reconocer a los padres de Abdelali) que la impulsaron a correr como una loca pero al descubrir  el de su padre se le heló la sangre en el corazón y se desmayó al ver a dos gigantescas serpientes dirigirse hacia ella.

 

Mientras tanto, en la tercera vivienda, la de Abdelali, el emigrante que había vuelto al país para pasar sus vacaciones, los acontecimientos traspasaron la barrera de la ¬pesadilla. Estaba almorzando él, su mujer, sus cuatro hijos y su hermana, Hanán, la futura novia de Fuad.

Sus padres habían ido al zoco más próximo y no volverían hasta la puesta del sol. El pobre ignoraba lo que les había ocurrido.

Era la hora de la siesta. Hanán se dirigió a su habitación y la pareja entró en la suya y se desnudaron para hacer el amor. Era una habitación acogedora y fresca en comparación con el infierno que hacía fuera, donde el sol achicharraba el campo y sembraba la desolación. Oyeron al perro ladrar y a las gallinas cacarear pero no podían saber que era a causa de las mordeduras mortales de las serpientes. Apenas se habían desnudado cuando tuvieron la impresión de que un intruso horripilante los estaba observando. La serpiente tenía unas proporciones que bastaban para estrangular simultáneamente a tres personas, triturarlas y luego engullirlas.

La mujer se llevó la mano a la boca para reprimir un grito y le costó ver cómo una serpiente podía ser tan gruesa, larga y erguirse con tanta facilidad. El hombre se sirvió de una silla para defenderse. Pero el monstruo se arrastró jadeando hacia el matrimonio, asestó abruptamente un tremendo golpe con su cola a la silla, que redujo en trizas y se enrolló alrededor del cuello del emigrante, estrangulándole al acto. Su mujer retrocedió y se vio acorralada en un rincón de la habitación. Vio cómo la bestia arrojaba el cadáver de su marido, cuya mirada se quedó vacía y extraviada, y se disponía a atacarla a ella.

Ocurrió todo rápidamente. El reptil se irguió y se abalanzó sobre ella. Ambos cayeron al suelo en una lucha encarnizada. La mujer intentó con pies y manos desprenderse del reptil, pero este se había enlazado a su cuerpo como la madreselva al árbol y parecía complacerse en estrangularla simultáneamente por la cintura y el cuello. La joven comprobó que no podía gritar ni moverse. El sudor perló su cuerpo. Espeluznantes estragos de dolor la asaltaron. Sintió terribles aguijonazos de sufrimiento en todo su cuerpo y empezó a temblar espasmódicamente, a ahogarse y súbitamente se quedó sin respiración. Entonces el monstruo procedió a triturarle el pecho, antes de pasar a la siguiente habitación donde dormían profunda y plácidamente los niños.

 

A varios metros más lejos, en el ala oeste de la vivienda, descabezaba la novia de Fuad un sueño para recuperar fuerzas y ánimo antes de proceder a lavar el montón de ropa que la esperaba en el patio y que había previamente mojado en agua y con detergente. Cerró los ojos y pensó en Fuad. En la boda. En la noche del placer y sintió hormigueos placenteros en su entrepierna. Frotó entonces sus pechos con las manos. ¡Dios, el paraíso que la esperaba! Sabía que Fuad era también virgen y por eso estaba loco por ella. Por su cuerpo. “Una vez casados  —le había prometido—,  te poseeré todas las noches”.

La habitación estaba sumida en una semioscuridad que aprovechó la serpiente para deslizarse fugazmente debajo de la única tela que cubría el cuerpo desnudo y ardiente de deseo de la joven. Esta sintió roces y cosquilleos en la parte inferior del vientre. Estiró el brazo y cogió de repente en la mano algo grueso que se puso a dilatar desmesuradamente. Lo soltó disgustada al acto, se puso de cuclillas en la cama y comprendió que aquello que tuvo un instante entre manos era la cabeza de una víbora. Lo comprobó al vislumbrar el curioso y espeluznante dibujo que adornaba la cabeza del reptil que ahora la observaba groseramente. Sintiéndose traicionado, el animal se irguió hasta alcanzar un metro de altura y se lanzó con rapidez fulgurante sobre su presa. La joven sintió calambres en el vientre y abandonó la vieja alfombra, como expulsada por un resorte. Notó que sudaba profusamente y tuvo que frotarse los ojos para aclararse la visión. Cuando los abrió, se encontró cara a cara con dos reptiles. El que acababa de llegar tenía proporciones humanas. Volvió a cerrar los ojos creyendo que era víctima de una alucinación. Pero sintió al mismo tiempo unos colmillos que se hundían en la sien derecha y un cinturón de hierro cerrarse sobre su vientre. Un fuego mortecino estalló en su cerebro e inmovilizó la sangre en sus venas. Su rostro tornó en una máscara cenicienta y se contrajo en un rictus de sufrimiento.

El escalofrío le produjo tiritera, su respiración empezó a entrecortarse, entró en una fase de mareos oníricos, su corazón sufrió nuevos vuelcos, el veneno hizo efecto de forma centelleante, su muñeca izquierda se dobló hacia dentro y quedó rígida, sus pies empezaron a torcérsele y un agudo dolor le recorrió la médula espinal y le paralizó toda la parte inferior.

Un débil gemido logró escapársele de la garganta. Se le desorbitaron los ojos. Cayó exangüe, las piernas separadas, el sexo visible, a la merced de los dos monstruos.

 

Cuando Aisha llegó a la casa de su prima, le sorprendió encontrar aquel absoluto silencio inhabitual. Pero lo entendió todo cuando descubrió al perro, a las vacas y al burro muertos, hinchados y con patas arriba. No obstante, llamó varias veces. Nadie contestó. Aturdida, se acercó al establo y descubrió que todos los animales domésticos yacían inertes en el suelo. Sintió que caía en un abismo de desesperación y echó a correr hacia la habitación de sus tíos. Empujó le puerta, entró sigilosamente y vio los cuerpos, boca abajo. Pensó que dormían.

 

Se arrodilló para sacudirlos y despertarlos. Cuando les dio la vuelta, descubrió con espeluznante terror que sus ojos la escrutaban con absoluta vacuidad y fijeza, como si pidieran socorro. Sintió un vuelco en el pecho y se echó atrás, horrorizada, sin poder contener la orina.

 

Luego su mirada se paralizó.

Al otro lado del patio yacían otros cadáveres. Observó cómo primos y hermanas estaban en la misma macabra posición.

 

Vio entonces como las serpientes abandonaban a sus víctimas, franqueaban el umbral y se dirigían ahora hacia ella, agresivas y hambrientas.

 

Se acurrucó en la esquina de la habitación.

Cerró los ojos y mentalizó las muertes de sus padres y hermanos y comprendió que, después de todo, ella no tenía ninguna razón para seguir viviendo.

 

No merecía la pena luchar.

Abrió un momento los ojos para presenciar su propio fin y…

Vio cómo los reptiles se retiraban, sin más…

                                              

 FIN

AHMED OUBALI