lunes, 2 de abril de 2012

EL NARRADOR OMNISCIENTE EN PEDACITOS ENTRAÑABLES, DE M. LAHCHIRI.





EL NARRADOR OMNISCIENTE EN  
PEDACITOS ENTRAÑABLES, 
DE M. LAHCHIRI

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Publicado inicialmente en La Mañana, el 23/03/1995

 

Pedacitos entrañables presenta unos aspectos lingüísticos de gran interés para los estudios narrativos que se llevan a cabo actualmente.

En este artículo me limitaré a explicar el papel desarrollado por el narrador (forma en que cuenta los acontecimientos, mecanismos de relojería que utiliza para enganchar al lector y las consecuencias estilísticas que ello conlleva) dejando los demás aspectos para otra ocasión.

 

Siendo Pedacitos entrañables una novela autobiográfica, en ella el narrador habla en primera persona, asume individualmente el proceso de la narración, participando en los hechos narrados (en este caso es intradiegético) y monopolizando y manipulando las fuentes de informaciones concedidas al lector (es también omnisciente). En tercer lugar es autor-transcriptor del relato, puesto que, en muchos pesajes, sustituye al estilo indirecto (a la diégesis) por el estilo directo (o mímesis) para permitir a los demás personajes ser partícipes integrantes da la narración. Lo hace hipostasiándose a ellos, sin caer en la absurda trampa de transformarse en una entelequia huidiza e inasible.

 

Ahora bien, el autor, contrariamente a la mayoría de nuestros escritores, no procede a recoger una serie de datos y referencias externos a la novela para elaborar luego la autobiografía. Procede al revés: es en al relato mismo  donde, conforme va exponiendo loa hechos, encuentra concretas pistas lingüísticas (la materia prima) que le permiten aludir a datos autobiográficos eventualmente externos al relato. De esta forma, el narrador exime al autor de toda crítica posible, disolviéndolo en la categoría de su propio papel, es decir, el de narrar simple y exclusivamente los hechos. De allí que conceptos como verosimilitud, objetividad y transcendencia sean sujetos a otras definiciones: los hechos narrados son reales en su contexto ficcional, en su perspectiva convencional y virtual, o sea: en la ficción todo es verdadero siempre y cuando el lector se lo cree a pie juntillas. El autor utiliza marcas semánticas precisas e inconfundibles para elaborar las tres instancias narrativas fundamentales, tiempo, espacio y personajes. Aun así, el autor parece jugar con la verosimilitud, haciendo fidedignos los hechos para, como dice Barthes, crear esos efectos de realidad que impactan tanto al lector. En Pedacitos entrañables, el lector tiene permanentemente la impresión de que el narrador posee un saber amplio sobre lo que se va narrando y una maestría sofisticada en narrar lo sabido.

 

Por último, y si se quiere acceder a los recónditos y profundidades de esta obra, es necesario leerla en alta voz, o sea, hacer una lectura en audio. El lector notará entonces grandes diferencias entre lo escrito (el enunciado) y lo hablado (la enunciación). La voz que escuchará no será la suya sino la del narrador primero; seguirá el trayecto de su mirada y palpará los objetos evocados con más dramatismo. Con esta técnica se puede, en definitiva, desliteraturizar la ficción literaria.

 

El argumento

Conviene separar la enunciación de la narración. La primera alude al lugar y el momento desde donde arranca la historia, se desencadena aquí con la primera palabra que inaugura la primera página:

 

"Me despierta el motor del taxi apagándose...

Estamos ante una fuente...

El agua del Aín nos es ofrecida por unas campesinas...".

 

E1 narrador establece el tiempo-espacio de la enunciación para proceder a la narración autobiográfica. El tiempo de la enunciación es el presente, como se ha podido ver arriba. El espacio es el trayecto Casablanca-Tánger-Ceuta, con una pausa en un pueblo que sirve de pretexto para lanzar la narración. Esta se desencadena por asociación de ideas, como en el caso de la magdalena y el té de En busca del tiempo perdido, de M. Proust: el descubrimiento del pueblo donde descansa el narrador, el ambiente general descrito (aire puro, higueras, chumberas, ganado), todo ello hace surgir en la mente del narrador recuerdos infantiles:

 

"Y de pronto, por un olor, que de golpe me asalta, me ha puesto entre los brazos unos pedacitos de mi infancia, vividos con mis abuelos en ese pueblo de la costa africana del Estrecho de Gibraltar”.

 

La narración suplanta la enunciación mediante los tiempos del pasado (pretéritos imperfecto e indefinido) y con un espacio remoto y caduco: la narración autobiográfica retrocede 35 años atrás y se cristaliza en un entrañable almuerzo con el abuelo, cuando el narrador era un niño. Los recuerdos son vivos porque permanecen intactos en la memoria sensorial del narrador: almuerzo con chumbos y pan negro, pescado frito en la sartén de barro (el gusto); el fuego de leña, el contraste panorámico entre Ceuta y el pueblo (lo visual); los olores a pan de la abuela y del ambiente campestre en general (el olfato); trotar a caballo, cazar alcaudones, pescar a la orilla del mar, jugar, estudiar, Etc (lo existencial). Y luego se evoca lo más traumático: el entierro en el cementerio Sidi Mbarek de su sobrina, recién nacida muerta, la descripción de su pequeño cadáver; las primeras aventuras peligrosas y arriesgadas del protagonista infantil; todo ello es nítidamente evocado por el transcriptor-narrador, ahora adulto.

El imperfecto sirve para comentar y contar hechos y acontecimientos reales y verdaderos en el momento de su realización pero caducos e inexistentes en el momento de narrarlos:

 

                                   "Yo era entonces campeón de natación... Esas playas eran la gloria para nuestros pequeños cuerpos moviéndose a sus anchas, ahogados de placer. Los amigos se quedaban el día entero en la playa. ¿Qué ocurre cuando se les acaban los bocadillos y tienen hambre? Están los militares españoles para echarles una mano y sacarles de apuro generosamente…” (p. 29).

 

El episodio de los salmonetes alude a una amistad y una benevolencia desaparecidas hoy en día:

"Esta escena es tan grabada en mi memoria

que parece un cuadro pintado".

A los diez años, la vida del protagonista transcurre entre su numerosa familia (es nieto mimoso por ser único), la abuela, los juegos con los amigos y las escapaditas fuera de la ciudad. El peor recuerdo que conserva es el del alfaquí, un pariente suyo:

 

                     “muy severo y arrogante...nos prohibía cualquier cosa escrita en cristiano... Nos torturaba con sus palizas en las plantas de nuestros pies o en el trasero... Utilizaba un palo de rama de oliva... Estábamos todo el santo día en la santa mezquita, abrazados a las tablas coránicas y grabando en la memoria versículos y más versículos".

 

Pero para desquitarse, el héroe infantil tenía el jueves libre para ir al cine o jugar a fútbol o asistir a fiestas.

La continuación de los recuerdos se desarrolla cuando el protagonista entra en la adolescencia, período que el narrador inaugura con recuerdos eróticos (la actitud provocativa y obscena de la joven Mahyuba y el amor platónico que le unió a una bella muchacha de Tánger), académicos (el episodio de la tortuga que pone huevos que le valió la estima y el respeto de todos y el lúgubre período que pasó en un colegio de Xauen) y existenciales (su amistad con cristianos y judíos).

 

La evocación se detiene cuando el joven cumple los 14 años y conoce a una chica:

                                      

"Aquella tarde de ligera lluvia y ella con su chilaba azul, pelo largo en trenzas... Tuvieron que ir a esconderse en un cine para saborear su primer beso";

 

                              “Me puse a besarla como fuera, buscando su boca. Ella me aceptaba y me abrazaba también. Nos sentamos y continuamos. Yo estaba rabonamente feliz”.

 

Este período es, por supuesto, el más importante porque contiene muchos episodios de interés narrativo que me propongo estudiar en otra ocasión, por pertenecer estos a otra temática, la erótica.

 

VALORACIÓN

La novela es de contenido polifacético y abigarrado, cosa que hace de ella una obra moderna: ruptura temporal (presente de enunciación y pretérito de narración), aparentes digresiones (el narrador comenta en presente remotas vivencias), metamorfosis del personaje (desarrollo de 5 a 14 años), disposición autónoma de las partes (los capítulos son independientes, cuadros o pedacitos del pasado, pero homogéneos), uso de términos marroquíes y mucho humor e ironía.

El texto crea, a medida que avanza, sus propias leyes. La irrupción de las imágenes y de las ideas se hace de forma fulgurante. La trama general se teje como una combinación sutil de temas y vivencias porque la mirada del narrador no se detiene en lo superficial sino en lo profundo que es la propia experiencia del hombre en general cuando evoca su infancia para salvarla del olvido.

A mi parecer son evocados en el libro tres temas que forman la trama mítica del ser humano: la amistad, la religión y la sensualidad. Todo ello en el ambiente ceutí de los años 60.

La prosa del autor es viva y llena de sutileza y buen humor, de rebotes dramáticos y suspense psicológico. Hay en ella brotes poéticos permanentes que restituyen la dimensión simbólica de la escritura del autor: al situar al protagonista en el tiempo y espacio citados, el autor aboga por una pluralidad de perspectivas existenciales y de experiencias individuales frente a escalas de valores reducidas al fanatismo y al racismo. El autor parece recordarnos que la cultura marroquí es muy receptiva frente a las demás culturas, lenguas y tradiciones.

 

Releyendo Pedacitos entrañables en lectura audio, el lector descubrirá secretas pulsaciones e inquietantes aventuras. Al verse sumergido en aquel período infantil (período según Freud, el más subliminal) hará suyas las reminiscencias del narrador; aceptará gustoso la yuxtaposición de las tres culturas (la musulmana, la cristiana y la judía) y disfrutará de unos agradables e inolvidables momentos de lectura.

Con lo que animo al autor a completar con otros tomos esta entrañable obra.