.
Publicado inicialmente en La
Mañana, el 23/03/1995
Pedacitos entrañables presenta unos aspectos
lingüísticos de gran interés para los estudios narrativos que se llevan a cabo
actualmente.
En este artículo me limitaré a explicar
el papel desarrollado por el narrador (forma en que cuenta los acontecimientos,
mecanismos de relojería que utiliza para enganchar al lector y las consecuencias
estilísticas que ello conlleva) dejando los demás aspectos para otra ocasión.
Siendo Pedacitos entrañables una novela
autobiográfica, en ella el narrador habla en primera persona, asume
individualmente el proceso de la narración, participando en los hechos narrados
(en este caso es intradiegético) y monopolizando y manipulando las fuentes de
informaciones concedidas al lector (es también omnisciente). En tercer lugar es
autor-transcriptor del relato, puesto que, en muchos pesajes, sustituye al estilo
indirecto (a la diégesis) por el estilo directo (o mímesis) para permitir a los
demás personajes ser partícipes integrantes da la narración. Lo hace
hipostasiándose a ellos, sin caer en la absurda trampa de transformarse en una
entelequia huidiza e inasible.
Ahora bien, el autor, contrariamente a
la mayoría de nuestros escritores, no procede a recoger una serie de datos y
referencias externos a la novela para elaborar luego la autobiografía. Procede
al revés: es en al relato mismo donde,
conforme va exponiendo loa hechos, encuentra concretas pistas lingüísticas (la
materia prima) que le permiten aludir a datos autobiográficos eventualmente
externos al relato. De esta forma, el narrador exime al autor de toda crítica
posible, disolviéndolo en la categoría de su propio papel, es decir, el de
narrar simple y exclusivamente los hechos. De allí que conceptos como
verosimilitud, objetividad y transcendencia sean sujetos a otras definiciones:
los hechos narrados son reales en su contexto ficcional, en su perspectiva
convencional y virtual, o sea: en la ficción todo es verdadero siempre y cuando
el lector se lo cree a pie juntillas. El autor utiliza marcas semánticas
precisas e inconfundibles para elaborar las tres instancias narrativas fundamentales,
tiempo, espacio y personajes. Aun así, el autor parece jugar con la
verosimilitud, haciendo fidedignos los hechos para, como dice Barthes, crear
esos efectos de realidad que impactan tanto al lector. En Pedacitos
entrañables, el lector tiene permanentemente la impresión de que el narrador
posee un saber amplio sobre lo que se va narrando y una maestría sofisticada en
narrar lo sabido.
Por último, y si se quiere acceder a
los recónditos y profundidades de esta obra, es necesario leerla en alta voz, o
sea, hacer una lectura en audio. El lector notará entonces grandes diferencias
entre lo escrito (el enunciado) y lo hablado (la enunciación). La voz que
escuchará no será la suya sino la del narrador primero; seguirá el trayecto de
su mirada y palpará los objetos evocados con más dramatismo. Con esta técnica
se puede, en definitiva, desliteraturizar la ficción literaria.
El argumento
Conviene separar la enunciación de la
narración. La primera alude al lugar y el momento desde donde arranca la
historia, se desencadena aquí con la primera palabra que inaugura la primera
página:
"Me despierta el motor del taxi apagándose...
Estamos ante una fuente...
El agua del Aín nos es ofrecida por unas campesinas...".
E1 narrador establece el tiempo-espacio
de la enunciación para proceder a la narración autobiográfica. El tiempo de la
enunciación es el presente, como se ha podido ver arriba. El espacio es el
trayecto Casablanca-Tánger-Ceuta, con una pausa en un pueblo que sirve de pretexto
para lanzar la narración. Esta se desencadena por asociación de ideas, como en
el caso de la magdalena y el té de En busca del tiempo perdido, de M. Proust:
el descubrimiento del pueblo donde descansa el narrador, el ambiente general
descrito (aire puro, higueras, chumberas, ganado), todo ello hace surgir en la
mente del narrador recuerdos infantiles:
"Y de pronto, por un olor, que de golpe me asalta, me ha puesto entre
los brazos unos pedacitos de mi infancia, vividos con mis abuelos en ese pueblo
de la costa africana del Estrecho de Gibraltar”.
La narración suplanta la enunciación
mediante los tiempos del pasado (pretéritos imperfecto e indefinido) y con un
espacio remoto y caduco: la narración autobiográfica retrocede 35 años atrás y
se cristaliza en un entrañable almuerzo con el abuelo, cuando el narrador era
un niño. Los recuerdos son vivos porque permanecen intactos en la memoria
sensorial del narrador: almuerzo con chumbos y pan negro, pescado frito en la
sartén de barro (el gusto); el fuego de leña, el contraste panorámico entre
Ceuta y el pueblo (lo visual); los olores a pan de la abuela y del ambiente
campestre en general (el olfato); trotar a caballo, cazar alcaudones, pescar a
la orilla del mar, jugar, estudiar, Etc (lo existencial). Y luego se evoca lo
más traumático: el entierro en el cementerio Sidi Mbarek de su sobrina, recién
nacida muerta, la descripción de su pequeño cadáver; las primeras aventuras
peligrosas y arriesgadas del protagonista infantil; todo ello es nítidamente
evocado por el transcriptor-narrador, ahora adulto.
El imperfecto sirve para comentar y
contar hechos y acontecimientos reales y verdaderos en el momento de su
realización pero caducos e inexistentes en el momento de narrarlos:
"Yo era entonces campeón de natación... Esas playas eran la gloria
para nuestros pequeños cuerpos moviéndose a sus anchas, ahogados de placer. Los
amigos se quedaban el día entero en la playa. ¿Qué ocurre cuando se les acaban
los bocadillos y tienen hambre? Están los militares españoles para echarles una
mano y sacarles de apuro generosamente…” (p. 29).
El episodio de los salmonetes alude a
una amistad y una benevolencia desaparecidas hoy en día:
"Esta escena es tan grabada en mi memoria
que parece un cuadro pintado".
A los diez años, la vida del protagonista
transcurre entre su numerosa familia (es nieto mimoso por ser único), la
abuela, los juegos con los amigos y las escapaditas fuera de la ciudad. El peor
recuerdo que conserva es el del alfaquí, un pariente suyo:
“muy severo y arrogante...nos prohibía
cualquier cosa escrita en cristiano... Nos torturaba con sus palizas en las
plantas de nuestros pies o en el trasero... Utilizaba un palo de rama de
oliva... Estábamos todo el santo día en la santa mezquita, abrazados a las
tablas coránicas y grabando en la memoria versículos y más versículos".
Pero para desquitarse, el héroe
infantil tenía el jueves libre para ir al cine o jugar a fútbol o asistir a
fiestas.
La continuación de los recuerdos se
desarrolla cuando el protagonista entra en la adolescencia, período que el
narrador inaugura con recuerdos eróticos (la actitud provocativa y obscena de
la joven Mahyuba y el amor platónico que le unió a una bella muchacha de Tánger),
académicos (el episodio de la tortuga que pone huevos que le valió la estima y
el respeto de todos y el lúgubre período que pasó en un colegio de Xauen) y
existenciales (su amistad con cristianos y judíos).
La evocación se detiene cuando el joven
cumple los 14 años y conoce a una chica:
"Aquella tarde de ligera lluvia y
ella con su chilaba azul, pelo largo en trenzas... Tuvieron que ir a esconderse
en un cine para saborear su primer beso";
“Me puse a besarla como fuera, buscando
su boca. Ella me aceptaba y me abrazaba también. Nos sentamos y continuamos. Yo
estaba rabonamente feliz”.
Este período es, por supuesto, el más
importante porque contiene muchos episodios de interés narrativo que me
propongo estudiar en otra ocasión, por pertenecer estos a otra temática, la
erótica.
VALORACIÓN
La novela es de contenido polifacético
y abigarrado, cosa que hace de ella una obra moderna: ruptura temporal
(presente de enunciación y pretérito de narración), aparentes digresiones (el
narrador comenta en presente remotas vivencias), metamorfosis del personaje
(desarrollo de 5 a 14 años), disposición autónoma de las partes (los capítulos
son independientes, cuadros o pedacitos del pasado, pero homogéneos), uso de
términos marroquíes y mucho humor e ironía.
El texto crea, a medida que avanza, sus
propias leyes. La irrupción de las imágenes y de las ideas se hace de forma
fulgurante. La trama general se teje como una combinación sutil de temas y
vivencias porque la mirada del narrador no se detiene en lo superficial sino en
lo profundo que es la propia experiencia del hombre en general cuando evoca su
infancia para salvarla del olvido.
A mi parecer son evocados en el libro
tres temas que forman la trama mítica del ser humano: la amistad, la religión y
la sensualidad. Todo ello en el ambiente ceutí de los años 60.
La prosa del autor es viva y llena de
sutileza y buen humor, de rebotes dramáticos y suspense psicológico. Hay en
ella brotes poéticos permanentes que restituyen la dimensión simbólica de la
escritura del autor: al situar al protagonista en el tiempo y espacio citados,
el autor aboga por una pluralidad de perspectivas existenciales y de
experiencias individuales frente a escalas de valores reducidas al fanatismo y
al racismo. El autor parece recordarnos que la cultura marroquí es muy
receptiva frente a las demás culturas, lenguas y tradiciones.
Releyendo Pedacitos entrañables en lectura audio, el lector descubrirá
secretas pulsaciones e inquietantes aventuras. Al verse sumergido en aquel
período infantil (período según Freud, el más subliminal) hará suyas las
reminiscencias del narrador; aceptará gustoso la yuxtaposición de las tres
culturas (la musulmana, la cristiana y la judía) y disfrutará de unos
agradables e inolvidables momentos de lectura.
Con lo que animo al autor a completar
con otros tomos esta entrañable obra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario