Amores que invitan a morir,
de Yolanda Aldón.
Por Ahmed Oubali
Pienso que los grandes genios de la literatura universal deben su
celebridad (gran parte de ella) a una importante dosis de melancolía que
inyectan en sus obras. Muchos lo hacen porque predomina en su alma la bilis
negra, la “Melaina Cholé” o melancolía.
Los síntomas de esta patología son conocidos de todos. El paciente, tras
perder el objeto deseado o valorado (la muerte de un ser querido, una ruptura
sentimental grave, cualquier pérdida importante), entra en un estado de
depresión doloroso al no poder soportar rechazar dicha pérdida. Niega la
evidente realidad y se encierra en una soledad tal que el mundo y la vida dejan
de interesarle por completo. Se siente desvalorizado, se autocritica con
facilidad y acepta fácilmente cualquier reproche y humillación.
En la vida real y en literatura se ofrecen dos casos clínicos. Unos superan
el trauma por tener un fuerte narcisismo. Sufren al principio luego olvidan.
Otros entran en la neurosis y terminan suicidándose.
El relato. (1)
De entrada, el título (que siempre es un cebo para el lector, un aperitivo)
del relato es explícito: hay amores que matan, es decir, amores por los que uno
mata o muere. Amar y morir son a menudo sinónimos; enamorarse es también lo que
llamo“enamorirse”.
Contrariamente a lo que ocurre con la Carlota de Vértigo (película de Hitchcock), y a pesar de ciertas similitudes, el
estado melancólico de Carlota que nos ocupa, por muy corto que sea el relato,
es descrito implícitamente en su totalidad, es decir en los dos procesos
citados arriba. Los ilustra por así decirlo perfectamente: un intento inicial
consciente de superar el estado doloroso de la ruptura y el suicidio final, por
no haber podido lograrlo. Con esta sorprendente diferencia: el suicidio es solo
un pretexto, una condición para renacer de sus cenizas, como el Ave Fénix.
Preludio. Síntomas de Melaina Cholé:
Carlota se siente engañada, abandonada, frustrada y defraudada. En
ocasiones una ruptura sentimental puede causar más daños que la muerte de un
ser querido. El duelo, agravado por la melancolía, puede llevar a la demencia.
Al principio Carlota aún se autoestima al desear seguir viviendo y tener
esperanza de una forma u otra en un destino mejor. Tener fe. “Ver sin mirar” y
“Mirar sin ver”, le hace decir el narrador (el camaleón textual más peligroso
de la literatura). En vez de pensar en el suicidio, en el auto castigo o quizás
simplemente en el odio (L’enfer est autrui, diría Sartre), utiliza un feedback
de su vida amorosa y antes feliz. Evoca recuerdos. Todo ello para mantener viva
la conciencia del deseo, la huella “satisfactorial” del objeto valorado perdido.
Mantendrá esta alucinación hasta el final.
Desde el principio del relato, el lector se identifica por mimetismo al
personaje (el autor logra implicarle en la ficción, ¡deseando que la melancolía
le contamine!) mediante una táctica narrativa digna de admiración: la narración
se hace en segunda persona y no en primera. Observamos entonces cómo Carlota
tiende a superar conscientemente su estado melancólico al apegarse a la vida,
al sentirse nostálgica por lo vivido y deseado en el pasado: Carlota quiere
restaurar su antiguo modo de gozar…
No obstante, el narrador omnisciente (a
no confundir con el autor porque ambos tienen diferentes proyectos para
Carlota) dirige la trama hacia donde la propia melancolía se lo exige (en
semiótica, “melancolía” es también un personaje): hacia el suicidio. Para ello,
utiliza dos metáforas. Dos alucinaciones. En la primera, el pasado es evocado y
percibido como una película, una ilusión, según el narrador mismo. En la
segunda, la visión de la orilla donde descansará su cadáver, como el de Ofelia,
para siempre.
/Mi desesperada pasión/, se lamenta Carlota.
Luego exclama, herida y desilusionada:
/Jamás podré creer en nadie que me diga te amo/;
/ni confiar en gestos que me inclinaban a tocar
el cielo agarrada de su mano/.
El narrador omnisciente cierra el relato apropiándose el pensamiento de
Carlota:
/Ensimismada, dejó de pensar/,
/El impulso la llevó a esa orilla donde amó
como nunca jamás a un hombre/.
Final sobrecogedor, Carlota optó por desaparecer
para no sufrir más, no martirizarse más…
/E invitada por la sinrazón se introdujo entre
sus aguas/.
Morir (enterrar el pasado) para renacer como el Ave Fénix.
/Ella fue liberada por la mar/
La última visión que tenemos de Carlota recuerda sorprendentemente (Ver
también el final trágico de la protagonista en mi relato Cita con la Muerte) el último estado de ánimo de Ofelia en la obra de Shakespeare:
después de la muerte de su padre, Ofelia es abatida por la melancolía y el
luto. La locura se apodera de ella (Carlota es asaltada por alucinaciones de un
pasado feliz pero traicionado) al empezar a cantar canciones y ofrecer flores
citando sus significados simbólicos. Después de bendecir a los suyos, Ofelia
sale por última vez del castillo. Carlota parece también despedirse, pero del
destino que la maltrató. Ambas terminan ahogándose en el arroyo. La descripción
de su muerte, cuyas proporciones son totalmente diferentes, por supuesto, es
una de las más poéticas de la literatura.
Bueno, ya lo ven: a la narración de Yolanda he añadido la de Grecia, la de
Hitchcock, la de Shakespeare, la mía. Porque: ¿Acaso no es la propia función
intertextual de la ficción?
¿Sería descabellado pensar que todos los textos existentes derivan de un
solo texto inicial y original y de cuyo autor no sabemos nada? ¿Podría ser La Epopeya de Gilgamesh el primer texto?
En caso negativo, y partiendo del concepto de Intertextualidad, todos los
demás textos conocidos (Homero, La Biblia, Las Mil y Una Noches, El Quijote,
Shakespeare, Cien años de Soledad, etc.) no son sino sus múltiples e infinitos
comentarios…
( (1) Relato
corto que se puede leer en el siguiente enlace:
Yolanda Aldón Toro.
Escritora y periodista, nacida en Barcelona.
Defensora de los derechos humanos. Pertenece a la llamada corriente literaria
Voces del extremo. Es miembro de la ACE (Asociación Colegial de Escritores de
España) y miembro del Comité Honorífico de la concesión al Premio Nobel de la
Paz al pueblo Sirio como responsable de España y Marruecos. Su obra está
incluida en varias antologías, entre ellas, Antología de Poesía Solidaria.
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