martes, 26 de diciembre de 2017

Violencia sexual, Islam e islamismo en Marruecos /




MI  TRADUCCIÓN DEL FRANCÉS AL ESPAÑOL 
ENTREVISTA DE CLARA RIVEROS 
AL SOCIÓLOGO ABDESSAMAD DIALMY :
: Critique de la masculinité au Maroc, Collection Université et société, 
Saad Warzazi Éditions, 2009, 199 p.
(extraits):
Violencia sexual, Islam e islamismo en Marruecos / 


                     Abdessamad Dialmy, profesor universitario y sociólogo marroquí, ha sido consultado ampliamente en los meses recientes a raíz del episodio de agresión sexual de un grupo de adolescentes a una joven que se desplazaba en un autobús en Casablanca. Dialmy sugiere la problemática de fondo: el de Casablanca no fue —y no es— un hecho aislado sino que responde al arraigo de prácticas, de hábitos, de percepciones y, en últimas, a un sistema de valores que encubre la violencia hacia la mujer. Violencia que —al ser cotidiana— está tan extendida como subestimada por una parte considerable de la sociedad marroquí. Quien padece de forma permanente este contexto de violencia y agresión es, principalmente, la mujer marroquí que todavía hoy no alcanza igualdad efectiva ni ante la ley, ni en el entorno social pero, no es la única.

Clara RIVEROS: Encontré algunos casos de hombres —marroquíes musulmanes— que se involucran con mujeres occidentales y luego las descartan explicándoles que para tener una relación seria, formal, estable y afectiva solo van a considerar a una mujer musulmana. La mujer occidental es considerada como un objeto sexual y para la diversión ocasional frente al imaginario de ‘pureza’ que encarna la mujer musulmana.

Abdessamad DIALMY: En general, la mujer occidental es percibida por los marroquíes ordinarios como una mujer sexualmente fácil de conquistar, no controlada por una sociedad represiva ni inhibida por una moral sexual religiosa restrictiva. Como resultado, esta mujer es la pareja ideal para tener experiencias sexuales ricas y variadas, sin límites ni tabúes. Esta percepción masculina marroquí-ordinaria de la mujer occidental impide al hombre marroquí participar emocional y socialmente en la relación porque teme a una mujer independiente, responsable y liberada que ha dejado de ser sumisa, que puede decir no cuando se le antoja y largarse simplemente en caso de insatisfacción o incompatibilidad en la pareja. El marroquí necesita a una mujer-niña a quien puede dominar a su antojo, y la mujer occidental es una mujer adulta, especialmente a nivel sexual. Por lo tanto, él cree que una relación sexual con ella va a ser un mero desahogo o una válvula de escape. Una relación, en definitiva, considerada como sucia e impura en vista de su ilegalidad e ilegitimidad. En comparación, él piensa que la mujer musulmana, al contrario, no puede tener una sexualidad extraconyugal impura, lo cual es falso, por supuesto, ya que es solo una representación mental operativa y eficiente,  inherente y consustancial a la conducta masculina. 




C.R.: Un hombre marroquí, musulmán, adulto, formado, con un buen nivel cultural y estudios universitarios vive fuera de Marruecos. Combina sus creencias religiosas y estilo de vida musulmán con algunos ‘vicios’ de la vida occidental. Se lamenta. Cree que es un ‘mal musulmán’ porque tiene relaciones sexuales sin estar casado. No bebe alcohol. Reza. Considera que el cuerpo y el sexo son algo sucio, los repele pero los desea. Es obsesivo con la limpieza de los cuerpos (y de la casa) antes y después del sexo. Es egoísta. Solo busca saciarse. No permite que la mujer (occidental) tome la iniciativa en el acto sexual y si lo hace la cuestiona por su pasado, cree que ella sabe demasiado y le molesta. Se muestra dócil, refinado y sutil en el cortejo previo al acto sexual pero durante el sexo puede tornarse agresivo y autoritario. No acepta que le digan que no a ciertas prácticas sexuales: «pensé que eras mía y que podía hacer contigo lo que quisiera». No importa lo que ella pueda sentir o desear, no le importa si la lastima, incluso parece que lo disfruta, solo se trata de su satisfacción. Lo anterior sugiere cierto trastorno, desorden y confusión en el comportamiento del hombre musulmán.


A.D.: En primer lugar, obtener diplomas superiores en Occidente, vivir allí y llevar una sexualidad ilimitada con las mujeres occidentales no significa para el marroquí acceder automáticamente a una conciencia sexual y feminista. La conciencia está muy retardada respecto de las prácticas situacionales y permanece dominada por un hábito patriarcal profundamente enraizado en la sensibilidad y en el inconsciente del marroquí. Las normas sexuales y de género que siguen siendo fundamentalmente patriarcales llevan a los hombres orientales a no aceptar que las mujeres tomen la iniciativa sexual, tengan conocimientos y saberes sexuales, desobedezcan sexualmente a las demandas de su pareja en la cama. Las prácticas sexuales de estos hombres transgreden las leyes religiosas y naturales, pero respetan sin embargo la norma patriarcal de la dominación masculina. La ley natural es fácilmente burlada. En cuanto a la ley divina, con algunas oraciones y un arrepentimiento, Dios es siempre misericordioso. De esta forma se ignora lo que es una violación en la cama: que la relación sea lícita o no, todo está permitido en el sexo. Se permiten todas las prácticas que dan placer sexual y fortalecen un sentimiento de superioridad y de dominación.

La virilidad del marroquí no está al servicio de un deseo y un placer compartidos con su pareja, sino más bien es un arma para imponer su masculinidad como muestra de dominación y poder. En caso de una sexualidad ilegal (según su propio punto de vista musulmán, por ejemplo), siente que no tiene ningún deber sexual hacia su pareja. Obligado solo a satisfacer a su esposa, a responder a sus deseos. Pero solo con una condición: no se permite sodomizarla (penetración anal). Así, el marroquí es reacio a cuestionar su masculinidad en tanto como poderes y privilegios, no quiere ponerla en tela de juicio. Por oportunismo machista: por un lado, el hombre oriental, para generalizar, aprovecha la liberación sexual de las mujeres occidentales para pedirles hacer lo que a él le antoja (tratarlas como si fueran muñecas hinchables), por otra parte, no deja de ser patriarcal-normativo en su práctica sexual donde sólo cuenta su placer, sin sentirse obligado por ningún deber a corresponder a su pareja (ilegal) exigente que tiene también requisitos a satisfacer, como ciudadana sexual que es. El malentendido proviene del hecho de que, si esta relación sexual carece de ética para él, por el contrario, para ella marca un compromiso, indica una ética e implica un reparto igualitario. Frente a la mujer occidental, el hombre oriental desconoce estas cuestiones. Para él, esta mujer, que se entrega totalmente sin ninguna garantía social, legal o religiosa, nada y nadie puede detenerla en su consumo crónico y múltiple de machos. Por lo tanto, ella no es digna de confianza, mucho menos de amor. Ella solo es buena para follar, luego tirar, un simple objeto sexual, una muñeca.

C.R.: El recepcionista o conserje de un hotel cinco estrellas —en una turística ciudad de Marruecos— se permitió cuestionar a un cliente marroquí (no musulmán) residente en el exterior sobre la relación que tenía con la mujer (occidental) que lo acompañaba. Le indicó que no podían dormir en la misma habitación. Ella podía ser una prostituta pero quizá era su novia, un asunto que solo compete a los dos implicados que trataban de registrarse en el hotel. Parece que se acepta, aparentemente y de manera pasiva, la total intromisión en la vida privada de los individuos…

A.D.: De hecho, no hay ninguna ley que prohíba que un hombre y una mujer alquilen la misma habitación en un hotel. Del mismo modo, no hay ninguna ley que prohíba a una mujer sola alquilar una habitación en un hotel en su ciudad de residencia. Sin embargo, estas son prácticas comunes, justificadas por instrucciones informales (no oficiales / no escritas) de las autoridades públicas. El recepcionista del hotel no actúa por su cuenta. Obedece órdenes e instrucciones. Esta medida informal protege el orden sexual musulmán que prohíbe a una pareja no unida por el matrimonio (o cuya relación sexual sería incestuosa) encontrarse solos en un lugar cerrado del espacio público (un hotel) o privado (apartamento u otro). Se supone que si piensan encontrarse solos es solo para dormir juntos, lo cual es contrario a la Sharia, la Ley Divina. Por lo tanto, la denegación de los hoteles está en conformidad con los artículos 490 y 491 del Código Penal que hacen cumplir la prohibición islámica de fornicación y adulterio.

Esta medida contra las libertades sexuales individuales es por consiguiente ampliamente aceptada por la población. Nadie protesta porque el individuo todavía no está (públicamente) convencido de que la sexualidad es un derecho humano en sí y para todos, siendo su verdadera legitimidad el consentimiento mutuo de la pareja y no un mero contrato matrimonial, es decir un permiso de follar expedido por las autoridades. Públicamente, la gran mayoría sigue considerando el sexo islámicamente no matrimonial como la zina (fornicación), que en el Código Penal es delito de libertinaje (para los solteros, Art. 490) y de adulterio (para los casados, Art. 491). De hecho, y con toda modestia, fui el primero en reclamar públicamente la supresión de estos dos artículos represivos en una entrevista concedida a un diario marroquí en 2007. Y a no penalizar las relaciones sexuales consentidas entre adultos. Posteriormente, algunas asociaciones de la sociedad civil adoptaron esta demanda, encabezadas por la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH) en 2012.

Ningún partido político ha adoptado tal reivindicación. Porque es una carta perdida para los partidos que buscan tener la mayoría de los escaños en el parlamento y la mayoría de las carteras en el gobierno. Además, y “curiosamente”, dos hombres o dos mujeres pueden alquilar sin problema la misma habitación de hotel. La homosexualidad y el lesbianismo son por lo tanto más fácil de practicar, aunque los actos sexuales con el mismo sexo son severamente condenados por la Sharia y el Código Penal (art. 489), considerados una obscenidad y actos anti naturaleza. De hecho, la condena social de la homosexualidad (especialmente la de los hombres) es tan fuerte (considerada como perversión y vicio) y la segregación espacio sexual tan arraigada en la psique colectiva tradicional aún dinámica, que se ve normal y no ‘sospechoso’ que dos hombres o dos mujeres se aíslen en una habitación de hotel. He reclamado la eliminación de este artículo también. Sin embargo, tenga en cuenta que los hoteles a veces hacen la vista gorda y alquilan una habitación a una pareja no marital heterosexual teniendo en cuenta el perfil de la pareja, su apariencia, su relación y probablemente contando con alguna que otra “pequeña” corrupción.

C.R.: La demanda condiciona la oferta. Un hombre saudí acudió a un exclusivo hotel de Casablanca con una prostituta marroquí. Tomó dos habitaciones que se comunicaban entre sí. Si el servicio se ofrece —él lo sabía— significa que hay clientes que lo demandan. Podría sugerirse la existencia de una sociedad resignada que busca burlar las reglas de modo discreto pero sin generar rupturas o cambios profundos…

A.D.: Antes, un hombre y una mujer no casados podían alquilar la misma habitación de hotel, siempre que el hotel fuera de al menos 4 estrellas. Cuanto más se pertenecía a la élite (principalmente económica) o al menos a la clase media alta, más era posible y fácil eludir la ley. Los hoteles toleraban estas cosas. Ahora, los hoteles, impulsados por las autoridades y el apetito por el beneficio, ambos combinados, ofrecen a parejas no-conyugales alquilar habitaciones separadas. La pareja debe por lo tanto pagar el doble para eludir la ley. Esto conviene (más o menos) a la pareja porque se siente más segura sabiendo que infringe la ley, también conviene al hotel que saca más ganancias, y al final convence a las mismas autoridades que permiten a las personas violar la ley sin comprometerse, salvando las apariencias, evitando que se intervenga y cobrando posibles propinas (hecho del que probablemente también se benefician). Hay, por tanto, un velo moral puesto sobre las prácticas sexuales “irreligiosas” e “inmorales” con el fin de sustraerlas de la condena social y política, y este velo sirve para reforzar las normas sexuales patriarco-conservadoras. Como si las autoridades públicas estuvieran aprovechando a su cuenta un hadiz del Profeta Muhammad que dice: «Si eres adictivo, no te muestres (ocúltalo)». La sociedad marroquí ha hecho de este hadiz un proverbio dialectal: «un paso en falso escondido, Dios lo perdona (a su autor)». Por lo tanto, se puede afirmar que la hipocresía se ha convertido en un elemento central, aunque informal, de una política sexual pública igualmente informal. E implementada por la gran mayoría de la población.

«¿Cómo fabricar unos ciudadanos sexualmente emancipados en una sociedad marroquí sexualmente liberada?»

C.R.: En las sociedades abiertas y liberales, hombres y mujeres son individuos que transitan la calle. No se interpreta que si una mujer va caminando sola está disponible. En América Latina todavía queda camino por recorrer sobre todo a nivel cultural pero hay que reconocer que se han dado pasos significativos en términos de derechos e igualdad. Hay diferencias entre América Latina y Marruecos en lo que respecta al acoso —en el espacio público— hacia la mujer. En cambio, Marruecos y Argelia presentan similitudes. En un vídeo pude observar que jóvenes argelinos acosaban a las mujeres en las calles de Argelia y la situación era muy similar a lo que ocurre en Marruecos. No importa la hora ni el lugar —un bar, un café, la calle, un hotel— la mujer es asediada y perseguida, a veces por hombres solos y otras por hombres en grupo. En múltiples ocasiones le preguntan si está libre y/o cuánto cobra. Pero, si va con un hombre ni siquiera la miran a los ojos al responder una pregunta o prestar algún servicio. Los espacios públicos parecen reservados exclusivamente a los hombres que actúan de manera desesperada e impulsiva. Al ver a una mujer sola se abalanzan, la persiguen y la situación puede llegar a ser muy intimidante.

A.D.: En Marruecos y Argelia, una mujer sola en la calle es “accesible” porque no está controlada ni protegida por un varón de su familia o por su cónyuge o prometido. Las familias todavía habilitan al hermano menor a acompañar a su hermana, cuando va fuera de compras, para “protegerla” y disuadir a posibles violadores. Esto significa que las mujeres no están libres para conquistar el espacio público libremente. Este espacio sigue siendo inconscientemente considerado un espacio masculino donde las mujeres son intrusas. En el pasado, las mujeres estaban enclaustradas en sus hogares y solo salían raramente, y cuando lo hacían, llevaban un velo que las ocultaba por completo. En estos dos países, la urbanización significa la transición a un espacio destribalizado. Al ser un espacio del anonimato, el espacio urbano es para el neo-ciudadano un espacio no codificado. Es, por lo tanto, el lugar donde se ejerce la libertad de movimiento, de ver y de expresión. El individuo está allí en ruptura con la lógica de cualquier grupo primario (clan, familia, religión…), liberado de la mirada censora e inhibida del otro, sin haber interiorizado la moral civil y cívica de la ciudad moderna. Así, la agresión sexual “simbólica” (coqueteo, acoso…) se hace común, por no estar condenada por la moral de la multitud (que no tiene ninguna, porque no es un grupo primario). No hay lugar para el pudor tradicional (hchouma) que caracterizaba a los grupos primarios en las ciudades medievales y el campo. Porque el acoso sexual era inconcebible en las zonas rurales o en la ciudad tradicional (medina árabe, por ejemplo), donde cada uno se siente un poco pariente del otro y donde cada uno vive por y bajo la mirada del otro, hasta puede morir por ello (de muerte social, incluso física). En la ciudad moderna, sin embargo, hay mujeres que no son parientes: son “extranjeras”, desconocidas, y por ende, seguros objetos de “caza” sexual, sin que el grupo primario se dé cuenta de ello.

Fadela-M-Rabet, la socióloga argelina Fadela Mrabet afirma que «las mujeres se dividen en tres grupos para los hombres: hembras, esposas (reales o posibles) y parientes… La especie que se caza, se desea y desprecia, es evidentemente la de las hembras, es decir: toda mujer que no es pariente ni esposa»[1]. Por lo tanto, cualquier mujer en el espacio público urbano es considerada por el hombre árabe como una mujer “accesible”. Porque, ¿cómo puede ser inaccesible una mujer desnuda en la playa, o con la que uno puede meterse en un autobús? Peor aún, ¿cómo evitar ser incesantemente excitado por una proximidad tan cercana a cuerpos aún no trivializados y lejos de estar estandarizados? La excitación de las masas urbanas será por lo tanto crónica y difusa, a causa de una falta de preparación psico-histórica a la mezcla de géneros en la ciudad. Este encuentro cara a cara entre hombres y mujeres habrá sido rápido en algunos países árabes pero no va acompañado de una convicción cívica de tipo individualista. La libertad del hombre no se detiene ahí donde empieza la libertad de la mujer. Es a partir de la década de 1960 que los hombres y las mujeres comenzaron a frecuentar juntos el espacio público gracias a la escolarización de las niñas y el empleo de las mujeres, sin que la mujer llevara el velo. Hasta hoy, esta mezcla es mal vivida por los hombres que siguen considerando el espacio público como su propiedad exclusiva, donde se sienten obligados a afirmar su masculinidad frente a las mujeres, estas “intrusas”.

La irreversible y creciente conquista del espacio público por parte de las mujeres lleva a una reevaluación crítica de la masculinidad como sistema y dominación; de ahí una reacción de defensa masculina que consiste en solidificar el control masculino del espacio público para reconstruir una masculinidad amenazada en su propio feudo tradicional, el espacio público[2]. El desafío masculino entonces consiste en domar a las mujeres, recordarles que tienen que permanecer mujeres, es decir: inferiores y dependientes, hembras y objetos sexuales al alcance de los hombres. El hombre forma la clase dominante y la mujer, la clase dominada, utilizando la terminología de un análisis feminista de inspiración marxista. El desafío es lanzar pues una advertencia a las mujeres indicándoles (esclavizarlas y corregirlas: taazir / taadib / ponerlas a punto) que su mera presencia en el espacio público las pone en riesgo de violencia sexual polimorfa. Y las más expuestas a este riesgo son las mujeres pobres, las que van a pie o en autobús y las desprotegidas en un automóvil. ¿Cómo evitar ver, no acercarnos, no insultar, no acosar, no agredir ni violar a estas mujeres? ¿Cómo dejar de ser hombres patriarcales en situación de poderes y privilegios? ¿Cómo poner fin a la explotación sexual de las mujeres, este privilegio patriarcal del hombre, por el único hecho de haber nacido varón? Las autoridades públicas no tienen ninguna política educativa en este ámbito.

C.R.: Excluye de su análisis a las mujeres occidentales…
A.D.:  Estar velada o acosada/agredida, este es el dilema que se impone a las mujeres marroquíes, argelinas y egipcias en particular. Esto no concierne, por supuesto, a las mujeres extranjeras ni a los turistas. De hecho, raras, incluso casi inexistentes, son las agresiones sexuales contra turistas occidentales, independientemente de su vestido. Porque se benefician de una “etnicización” positiva que las protege. Es como si Occidente estuviera transformado en un grupo étnico superior por su riqueza, su progreso y por su dominio sobre los “otros”. Las encuestas realizadas sobre violencia sexual y sexista (homofóbica también) muestran que los occidentales se benefician de una especie de inmunidad. Se les reconoce otra moral, el derecho a tenerla sin trabas porque no son musulmanes; se les reconoce el derecho a la libertad sexual, a la de vestirse como se les antoje, a la libertad religiosa. Incluso es muy probable que la [exposición] excesiva [en medios] mediación de la violencia sexual contra las mujeres en Marruecos tenga como objetivo mostrar a Marruecos como un país peligroso a evitar como destino turístico (también sexual) muy emergente. ¿Quién tiene interés en llegar a Marruecos como destino turístico? ¿Quiénes son sus enemigos? Incluso se puede llegar hasta la hipótesis de un golpe mediático montado por sus enemigos cercanos (Argelia y el Polisario) para ensuciar la imagen del país. Un Marruecos victimizado porque: por un lado, el neoliberalismo globalizado lo transforma en un destino turístico (sexual también) privilegiado, lo que en sí es una violencia, siendo el turismo sexual una verdadera violencia sexual; por otro lado, la globalización neoliberal consolida y amplifica de forma estructural las violencias sexuales contra las mujeres en los países del sur, una clase sexualmente dominada, explotando y al mismo tiempo denunciando los mecanismos específicos, tales como neutralizar a las mujeres (adiestrarlas) por medio de la dominación masculina en el espacio público, la miseria sexual, la falta de educación sexual y la debilidad de las formaciones feministas y de género, la quiebra social de la moral sexual islámica y, en definitiva, el imposible acceso a la moral cívica ciudadana.

C.R.: La problemática existe y exige cambios profundos, no cosméticos.
A.D.: La educación sexual integral (que incluye además de su contenido “tradicional”, un “aprendizaje” de las teorías feminista y de género) se ha convertido en una necesidad pública, como ya lo dije en 2000. Porque además de ser un conocimiento y un saber-hacer sobre la sexualidad (erotismo y reproducción), es una ética, una nueva moral, la única moral verdadera, porque es una educación ciudadana basada en la igualdad de todos los actores sexuales, cualquiera que sea su sexo / género / identidad de género, estado civil y orientación sexual. De hecho, esta educación es parte de una educación más amplia, civil y cívica, basada en el reconocimiento de la sexualidad (informada y consentida) como un derecho en sí y para todos y como condición de salud y bienestar. Por lo tanto, es necesario dar este modelo de educación para mostrar a los jóvenes y no jóvenes que la violencia no tiene lugar en la sexualidad. Que la única verdadera legitimidad del acto sexual radica en el consentimiento mutuo, en el deseo y el placer compartidos. Que el único acto sexual legítimo es el acto consentido, y esto es válido también en el contexto del matrimonio.

En lugar de esto, asistimos a una evitación institucional de la noción de educación sexual porque se cree equivocadamente que si se dispensa conducirá a una actividad sexual temprana e ilegal, especialmente la de las niñas, a su “libertinaje”. Se evita la educación sexual porque, entre otras cosas, se teme que libere sexualmente a las niñas y a las mujeres casadas, principalmente. Se pretende ignorar que la actividad temprana e ilegal ya está allí, y que la educación sexual es precisamente la mejor manera de retrasar, asesorar y proteger la actividad sexual masculina y femenina. Como resultado, la cosecha es catastrófica: muchas virginidades artificiales falsas, muchos embarazos involuntarios, muchos abortos ilegales, muchas madres solteras y niños abandonados, acoso sexual diario, violaciones de niñas, de mujeres adultas, de niños, de ancianas y de LGBT, incesto y zoofilia debido a la falta de parejas, una liberalización informal de la prostitución, muchas infecciones de transmisión sexual, una prostitucionalización de la sexualidad… En resumen, una sexualidad enferma que expresa una sociedad enferma incapaz de asumir su responsabilidad a causa de un Estado que no ha puesto en marcha ningún proyecto de una sociedad civil (y civilizada) verdadera. Esta sexualidad enferma se ha convertido, por los medios de comunicación y las redes sociales, en una herida narcisista del yo nacional.

C.R.:  Lo que no está claro, de momento y para concluir, es que tanto las autoridades como la sociedad marroquí estén dispuestas a asumir el papel que les corresponde para lograr los cambios que se necesitan.
A.D.:  En Marruecos, estamos en una etapa de pre-ciudadanía porque el individuo aún no ha nacido por completo, víctima de una distocia política estructural, crónica, aunque no mortal. Un semi-individuo es un pre-ciudadano que no puede acceder a la moral pública, la que está basada en la conciencia: hacer el bien por el bien justo para no tener remordimientos. Sin buscar recompensa o querer evitar el castigo. La no-conquista de la moral civil es agravada por la bancarrota (social) de la moral islámica. Evitar hacer el mal para merecer el paraíso y evitar el acoso y la violación de las mujeres para evitar el infierno han dejado de ser imperativos categóricos.

El Islam, transformado en islamismo, es decir, en un Islam formalista sin moral ni espiritualidad, es ahora una palanca de una movilización populista, un modo de gobernanza política (rimando con el libertinaje, la corrupción y las urnas sospechosas), un modo de gestión de la economía neoliberal. Ya no inspira la moral cotidiana de la gente porque no tiene ninguna. Como ejemplo, estos “jóvenes agresores del autobús” son musulmanes sin duda alguna, pero su Islam no es operativo en sus prácticas sexuales, aunque para ellos el Islam permanezca como “norma suprema” en materia sexual. Esta moral islámica perdida y esta moral cívica no conquistada, una vez multiplicadas, hacen que, otra vez, la libertad del hombre no se detenga donde empieza la de la mujer. Es cierto que la mujer sigue siendo percibida como islámicamente awra (cuerpo vergonzoso a ocultar), fitna (caos y sedición) y Kayd (astucia y embrujo), pero en ningún caso tal percepción no legítima islámicamente el acoso sexual y la violación de mujeres en el espacio público.

Es cierto que las mujeres comienzan ahora a ser percibidas como iguales al hombre respecto de los derechos humanos, pero esta percepción no es lo suficientemente fuerte e institucionalizada como para detener el acoso sexual y la violación de las mujeres. Estamos en un intermedio, en una fase de transición sexual donde la dualidad halal / haram [lo permitido / lo no permitido] se ha convertido estructuralmente en impotente, incapaz de regular las prácticas sexuales. Esta fase problemática que he llamado transición sexual, se caracteriza por la explosión de la unidad entre normas y prácticas, es decir, por el divorcio entre normas sexuales islámicas (idealizadas pero poco realistas) y prácticas sexuales casi-secularizadas (sin moralidad civil). Esta fase requiere que las autoridades públicas tengan urgentemente una política sexual pública. Comenzar a hacer las siguientes preguntas públicas: ¿Qué queremos de la sexualidad? ¿Qué queremos hacer con ella? ¿Cómo manejarla? ¿Cómo definirla para que deje de ser desigualitaria y violenta? ¿Cómo construir una nueva masculinidad? ¿Cómo fabricar unos ciudadanos sexualmente emancipados en una sociedad marroquí sexualmente liberada? Sin respuestas claras a estos cuestionamientos bajo la forma de una política sexual ilustrada, la violencia sexual y el sexismo continuarán ocurriendo, en mayor número, a lo largo de los días.

Traducción de Ahmed Oubali
CPLATAM -Análisis Político en América Latina-
Diciembre, 2017.

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