¿Por qué escribo relatos?
Mi teoría del relato la expuse en una
entrevista que le concedí a la escritora
y poeta Nuria Ruiz Fernández en Algeciras (ver enlaces), tras la reedición de
mi primer libro Chivos expiatorios y
otros relatos, publicado por Cultiva Libros y en venta por Amazon.
Escribir relatos es sin duda tan
difícil como escribir novelas.
Porque no es fácil zanjar diferencias
existentes entre cuento, novela corta, relato y novela larga. Porque una
novela, corta o larga, es un conjunto de cuentos y relatos que bifurcan y se
entremezclan.
El relato es una narración breve,
destinada a un auditorio preciso. Si narra además acontecimientos particulares,
se transforma en novela corta. Si complicamos la trama de esta, obtendremos lo
que se llama una novela larga: muchos personajes y muchos episodios que
solicitan más atención del lector y movilizan más su interpretación. Si, por
último y al revés, reducimos sustancialmente esta novela, estaremos de nuevo
ante un cuento, donde son narrados crudamente, sin descripción o casi, los
hechos más importantes, como así ocurre en mi libro que, si quisiera, mediante
ciertas licencias literarias y códigos narrativos pertinentes, podría
transformarlo en un solo relato largo, o cada relato en una novela complicada.
Un relato es por consiguiente una
novela condensada, porque dice más por lo que oculta que por lo que muestra.
Porque narra muchas cosas con pocas palabras.
Es por último difícil, porque para
elaborarlos no basta con conocer bien una lengua o una gramática. Es necesario
adquirir otras dotes que los teóricos llaman códigos narrativos consagrados,
como el código de las acciones (trama, intriga, desenlace), el de los
personajes (los reduje en tres actantes, sujeto/anti-sujeto/destinador, para
centrarme en eje del deseo y sus avatares), el de la diégesis (corta
descripción, focalización múltiple y niveles de lectura polifónicos), el cultural
(color local, descrito sin crítica ni evaluación moral), el retórico (estilo,
el mío) y el íntimo (relación autor-lector vista desde el psicoanálisis).
Tratándose de literatura hay que
aclarar un punto fundamental que me separa de los demás escritores.
Creo que el texto literario es
puramente imaginario, porque la ficción remite a las palabras y estas, a aquella,
y porque el relato nunca reproduce los hechos reales o vividos, sino que los
produce lingüísticamente. Estos solo son inteligibles gracias a las palabras.
De allí que en literatura todo es
cuento. Sería ridículo pues que un escritor se proponga fotografiar con palabras
parte del mundo natural e insista en que es real.
La literatura, como compromiso político
o crítica social, no tiene pues ningún papel en este contexto y sería ridículo
que lo tuviera algún día.
Retomando lo expuesto por Genette
acerca de la intransitividad de los discursos literarios, ya que no refieren ni
a los objetos ni a los eventos del mundo real y mucho menos si estos son
medidos con los parámetros pragmáticos, se podría concluir que el ejercicio de
imitación es prácticamente imposible, sobre todo si tomamos estos discursos y
aplicamos un análisis semiótico profundo a sus estructuras, segmentándolos de
tal forma que lo expuesto en ellos, tanto en lo explícito como implícito, quede
al descubierto… Creo que la diferencia definitiva entre literatura y realidad
reside en que cualquier realidad descrita con palabras deja de ser real y se
transforma en ficción. Lacan decía al respecto que la realidad tiene estructura
de ficción si las palabras fabrican esa realidad.
Un escritor de ficciones no tiene pues
derecho a instruir, ya que no es profesor ni educador; ni informar porque no es
periodista; ni reducir injusticias y barbaries porque no es político o
parlamentario; ni predicar porque no es teólogo; ni sanar, por no ser médico o
psicólogo.
Suscribo la idea según la cual la
ficción es el triunfo de la semiosis sobre la mímesis, donde la referencialidad
exterior es pura ilusión, donde cualquier posibilidad de representación solo
remite a figuraciones verbales presentes en el texto.
¿Por qué y para quién escribo?
Por muy extraño que parezca, escribo
para mí mismo porque me fascina ver hasta qué punto me puede transformar y
manipular la escritura. Aunque en el fondo me considero más lector que
escritor. Me leo incluso escribiendo. Porque leyendo uno aprende e interpreta
más que escribiendo. Y muchas veces
tengo la impresión de que se confunden
ambas funciones. Soy autor leyendo y
lector escribiendo. De allí la excitación que uno pueda sentir en ambas
situaciones. El poder de las palabras y el mundo al que estas te invitan bastan
para darte todas las emociones posibles.
Inicialmente fue una iniciativa de mis
compañeros de la AEMLE (Asociación de Escritores Marroquíes en Lengua
Española). Me invitaron a participar con mi grano de arena porque el género
negro (y erótico) brillaba por su ausencia en nuestro grupo.
No soy ensayista ni historiador.
Tampoco pretendo, como lo hace por vanidad la mayoría, ganar cariño y
comprensión de la gente. Escribo, como ya lo dije, por una razón simplista: me
exorcizo, expulso demonios interiores.
¿Y por qué en español?
Escribir en español, para mí -y esto es válido también para mis
compatriotas- es el resultado de un
largo proceso lingüístico elaborado en bereber (mi lengua natal), en francés (mi lengua cultural y de imaginación) y en
árabe (mi visión poético-escatológica). El intelectual marroquí es políglota de
nacimiento. Y cualquier lengua es para él un mero medio de expresión de algo
mucho más importante. El texto y la historia están en español pero no la
narración y el discurso. El español es solo la forma, no el contenido.
Escribir para mí es en definitiva una
forma de exteriorizar ficticiamente el dolor y la miseria de la vida. Algunos
lo hacen contra el poder, otros por resentimiento, por fama o por lucro. Otros,
por lo que yo llamaría simplemente una
masturbación intelectual. Todos sin embargo presentan formas de realidad donde
el lector puede buscar lo que le interesa. En cambio, en mis modestos relatos
presento una ir-realidad (=ficción real) con una inequívoca intención: mostrar cómo con palabras (en este
caso, mis palabras) puedo hacer sentir cosas al lector, hacerle ver, percibir y construir juntos vidas y mundos
ficticios diferentes.
Para dejarlo claro, yo escribo para
distraer, entretener, encantar, impresionar mediante la belleza y la magia de
un lenguaje que he de mejorar y reinventar sin cesar, invitar al viaje y al
descubrimiento de otras culturas, sin suplantar a la historia, seducir, dar a
pensar e imaginar, provocar emociones en el lector, sin odio ni resentimiento,
sin arrogancia ni compromiso alguno, porque la literatura es, en definitiva, la
madre de la imaginación y la creatividad.
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