jueves, 6 de abril de 2017

MI TEORÍA DEL RELATO





MI REFLEXIÓN TEÓRICA 
SOBRE EL RELATO




Mi teoría del relato la expuse en una entrevista que le concedí a  la escritora y poeta Nuria Ruiz Fernández en Algeciras (ver enlaces), tras la reedición de mi primer libro Chivos  expiatorios  y  otros relatos, publicado por Cultiva Libros y en venta por Amazon.



¿Por qué escribo relatos? 

Mi teoría del relato la expuse en una entrevista que le concedí a  la escritora y poeta Nuria Ruiz Fernández en Algeciras (ver enlaces), tras la reedición de mi primer libro Chivos  expiatorios  y  otros relatos, publicado por Cultiva Libros y en venta por Amazon.

 

Escribir relatos es sin duda tan difícil como escribir novelas.

Porque no es fácil zanjar diferencias existentes entre cuento, novela corta, relato y novela larga. Porque una novela, corta o larga, es un conjunto de cuentos y relatos que bifurcan y se entremezclan.

El relato es una narración breve, destinada a un auditorio preciso. Si narra además acontecimientos particulares, se transforma en novela corta. Si complicamos la trama de esta, obtendremos lo que se llama una novela larga: muchos personajes y muchos episodios que solicitan más atención del lector y movilizan más su interpretación. Si, por último y al revés, reducimos sustancialmente esta novela, estaremos de nuevo ante un cuento, donde son narrados crudamente, sin descripción o casi, los hechos más importantes, como así ocurre en mi libro que, si quisiera, mediante ciertas licencias literarias y códigos narrativos pertinentes, podría transformarlo en un solo relato largo, o cada relato en una novela complicada.

 

Un relato es por consiguiente una novela condensada, porque dice más por lo que oculta que por lo que muestra. Porque narra muchas cosas con pocas palabras.

 

Es por último difícil, porque para elaborarlos no basta con conocer bien una lengua o una gramática. Es necesario adquirir otras dotes que los teóricos llaman códigos narrativos consagrados, como el código de las acciones (trama, intriga, desenlace), el de los personajes (los reduje en tres actantes, sujeto/anti-sujeto/destinador, para centrarme en eje del deseo y sus avatares), el de la diégesis (corta descripción, focalización múltiple y niveles de lectura polifónicos), el cultural (color local, descrito sin crítica ni evaluación moral), el retórico (estilo, el mío) y el íntimo (relación autor-lector vista desde el psicoanálisis).

 

Tratándose de literatura hay que aclarar un punto fundamental que me separa de los demás escritores.

Creo que el texto literario es puramente imaginario, porque la ficción remite a las palabras y estas, a aquella, y porque el relato nunca reproduce los hechos reales o vividos, sino que los produce lingüísticamente. Estos solo son inteligibles gracias a las palabras.

De allí que en literatura todo es cuento. Sería ridículo pues que un escritor se proponga fotografiar con palabras parte del mundo natural e insista en que es real.

La literatura, como compromiso político o crítica social, no tiene pues ningún papel en este contexto y sería ridículo que lo tuviera algún día.

 

Retomando lo expuesto por Genette acerca de la intransitividad de los discursos literarios, ya que no refieren ni a los objetos ni a los eventos del mundo real y mucho menos si estos son medidos con los parámetros pragmáticos, se podría concluir que el ejercicio de imitación es prácticamente imposible, sobre todo si tomamos estos discursos y aplicamos un análisis semiótico profundo a sus estructuras, segmentándolos de tal forma que lo expuesto en ellos, tanto en lo explícito como implícito, quede al descubierto… Creo que la diferencia definitiva entre literatura y realidad reside en que cualquier realidad descrita con palabras deja de ser real y se transforma en ficción. Lacan decía al respecto que la realidad tiene estructura de ficción si las palabras fabrican esa realidad.

 

Un escritor de ficciones no tiene pues derecho a instruir, ya que no es profesor ni educador; ni informar porque no es periodista; ni reducir injusticias y barbaries porque no es político o parlamentario; ni predicar porque no es teólogo; ni sanar, por no ser médico o psicólogo.

Suscribo la idea según la cual la ficción es el triunfo de la semiosis sobre la mímesis, donde la referencialidad exterior es pura ilusión, donde cualquier posibilidad de representación solo remite a figuraciones verbales presentes en el texto.

 

¿Por qué y para quién escribo?

Por muy extraño que parezca, escribo para mí mismo porque me fascina ver hasta qué punto me puede transformar y manipular la escritura. Aunque en el fondo me considero más lector que escritor. Me leo incluso escribiendo. Porque leyendo uno aprende e interpreta más que escribiendo. Y muchas  veces tengo la impresión de que  se confunden ambas funciones.  Soy autor leyendo  y  lector escribiendo. De allí la excitación que uno pueda sentir en ambas situaciones. El poder de las palabras y el mundo al que estas te invitan bastan para darte todas las emociones posibles.

 

Inicialmente fue una iniciativa de mis compañeros de la AEMLE (Asociación de Escritores Marroquíes en Lengua Española). Me invitaron a participar con mi grano de arena porque el género negro (y erótico) brillaba por su ausencia en nuestro grupo.

 

No soy ensayista ni historiador. Tampoco pretendo, como lo hace por vanidad la mayoría, ganar cariño y comprensión de la gente. Escribo, como ya lo dije, por una razón simplista: me exorcizo, expulso demonios interiores.

 

¿Y por qué en español?

Escribir en español, para mí  -y esto es válido también para mis compatriotas-  es el resultado de un largo proceso lingüístico elaborado en bereber (mi lengua natal), en francés  (mi lengua cultural y de imaginación) y en árabe (mi visión poético-escatológica). El intelectual marroquí es políglota de nacimiento. Y cualquier lengua es para él un mero medio de expresión de algo mucho más importante. El texto y la historia están en español pero no la narración y el discurso. El español es solo la forma, no el contenido.

Escribir para mí es en definitiva una forma de exteriorizar ficticiamente el dolor y la miseria de la vida. Algunos lo hacen contra el poder, otros por resentimiento, por fama o por lucro. Otros, por lo que yo llamaría simplemente  una masturbación intelectual. Todos sin embargo presentan formas de realidad donde el lector puede buscar lo que le interesa. En cambio, en mis modestos relatos presento una ir-realidad (=ficción real) con una inequívoca  intención: mostrar cómo con palabras (en este caso, mis palabras) puedo hacer sentir cosas al lector, hacerle ver,  percibir y construir juntos vidas y mundos ficticios diferentes.

 

Para dejarlo claro, yo escribo para distraer, entretener, encantar, impresionar mediante la belleza y la magia de un lenguaje que he de mejorar y reinventar sin cesar, invitar al viaje y al descubrimiento de otras culturas, sin suplantar a la historia, seducir, dar a pensar e imaginar, provocar emociones en el lector, sin odio ni resentimiento, sin arrogancia ni compromiso alguno, porque la literatura es, en definitiva, la madre de la imaginación y la creatividad.



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